El pasado jueves asistí a una charla sobre "Plumafobia" en COGAM. Las dos exposiciones que hicieron (una de chicos, otra de chicas) me parecieron excelentes y salí, pese a mi dolor de cabeza, habiendo aprendido un montón de cosas y llevándome otras tantas "en la carpeta de pensar". Éstas son las conclusiones a las que llegué:
Atracción vs. Estereotipo
Uno puede pensar que no es plumófobo, es simplemente que le gustan los hombres masculinos y la pluma es una expresión de género femenina. Bien, esto puede ser así, pero no hay más que echar un vistazo a las famosas aplicaciones de perfiles para darse cuenta de que sí que existe esa discriminación. El gusto, además de personal, tiene un factor de ambiente (nunca mejor dicho) que nos influye muchísimo. Si preguntas a la mayoría de los hombres heterosexuales por el tipo de mujer que les gusta, obtendrás estadísticamente una mujer rubia, delgada pero no demasiado, con ojos claros y pelo largo. Y un buen par de tetas, por supuesto. Y eso es cultural. Los hombres afeminados son el arquetipo cultural de debilidad, de poca hombría, de algo que evitar. Es más "políticamente correcto" ser un "hombre-hombre". ¿Cuántas veces habremos escuchado aquello de "hijo mío, no me importa que seas gay, pero no seas maricón. Que no se note..."
Plumafobia en el colegio
"El marica de la clase", "El trucha", "La nena"... En todas las clases había uno. Afortunadamente, en la mía no fui yo. En realidad, el pobre chaval al que le toca este papelón, junto con la pobre chavala a la que le toca el de "la marimacho", tienen la mala suerte de tener una expresión de género algo distinta a la imperante. Yo me apostaría dinero a que aquellos a los que les colgaron el sambenito de serlo, no eran gais ni lesbianas. De hecho, muchas veces estas etiquetas se ponen antes de que la expresión de deseo se canalice. O sea, antes de que te gusten los hombres, las mujeres o ambos.
Accesibilidad al gran público: rompiendo esquemas
Vaya por delante que yo soy partidario de romper esquemas y de desafiar estereotipos. Pero como decía Marcos (uno de los ponentes) también hay que sobrevivir. No es igual de fácil salir con falda para un chico de Madrid que para un habitante de un pueblo de Zamora. Y pongo este ejemplo precisamente porque una de las peloteras que tuve hace mucho tiempo con el que hoy es mi marido fue precisamente por el hecho de que él quería llevar una falda (más concretamente, un kilt escocés) y a mí me daba vergüenza que le vieran con él puesto y lo asociaran a mí. ¿De qué tenía miedo entonces? Supongo que de llamar la atención, de que alguien se fijase más de la cuenta. Y no es por la expresión de género, o la pluma (mi marido es muy masculino, pero también es deliciosamente excéntrico a veces). Hoy en día creo que no me molestaría, salvo que fuera para ir a trabajar o algo en lo que la opinión del espectador nos pudiera afectar realmente en nuestras vidas. De nuevo, el concepto de supervivencia aparece.
La visibilidad en los medios
Decía Ana (la otra ponente) que la mujer ha estado tan ninguneada en la estructura de la vida que la mujer lesbiana no existía hasta muy poco. Y es bien cierto: ¿Cómo iba a tener una sexualidad diferente una mujer si se les negaba la propia sexualidad? En los medios ha pasado un poco lo mismo. Las lesbianas que salen incluso en series de éxito como The L Word son, como decía ella, "inofensivas". Son altas, delgadas, estupendas, visten de firma y tienen trabajos divinos. O sea, un poco demasiado "Sexo en Nueva York". En mi propia intervención yo comenté que en esto, como en todo, repetimos pautas. Cuando aparecieron los primeros gais en el cine eran los "mariquitas", las "sissies". Eran el mejor amigo de una chica (actriz a ser posible) y se ponían su ropa. O eran una burla andante, como Alfredo Landa en "No desearás al vecino del quinto". Pese a la caspa de esa película, es un elemento genial para retratar el arquetipo de la época: ser "mariquita" era humillante, pero era visible. Todos conocían a alguien "que era un poco así". Más tarde vimos hombres gais "normales", valgan esas comillas. Hombres que, con o sin pluma, eran igual de ariscos, alfas y dominantes que los heteros. Me refiero a películas como "A la caza" de Al Pacino o "Los chicos de la banda". En la primera, Al Pacino interpreta a un policía cuyo trabajo es infiltrarse en el submundo leather-S&M de Nueva York para encontrar a un asesino, mientras que en la segunda retrata a un grupo de homosexuales que se atacan verbalmente los unos a otros en una fiesta. En ambos casos, curiosamente, la dirección corre a cargo de William Friedkin.
Hoy en día, sólo casos de caspa extrema como "Aída" tienen el valor de representar a un gai con mucha pluma o muy femenino. Del mismo modo, al igual que en su momento se pusieron de moda las "lipstick lesbians" o lesbianas heteronormativas, poco a poco supongo que la cosa irá tirando al otro lado a medida que las chicas vayan exigiendo sus referentes. El "patriarcado" tira mucho, y reirse del mariquita o de la marimacho es muy fácil, pero al final todo tiende a ir a donde la sociedad evoluciona. Hace mucho tiempo que en las series de televisión no aparecen familias en las que la mujer se encargue de la casa exclusivamente. Pues una cosa parecida pasará con la expresión de género en los hombres y las mujeres homosexuales. La socidedad se acostumbrará y no lo verá como un desafío sino como una variedad. En ese momento tendremos que preguntarnos si hemos tenido éxito o si por el contrario hemos fracaso estrepitosamente, integrándonos en el sistema como seres inofensivos que no desafían los nuevos prejuicios. Sólo el tiempo lo dirá.