martes, 18 de enero de 2011

Mi opinión sobre Sinde

Leo en El País un artículo de Ángeles González-Sinde que no tiene despedicio. Bueno sí que lo tiene. En realidad el artículo de opinión en su totalidad es un desperdicio. Pero no por ser un desperdicio es irrelevante, ya que es un desperdicio vomitado por la actual ministra de Cultura. Paso a comentaros los puntos que me han parecido más interesantes.


En esa licencia ya se establecen muy claramente puntos que hoy nos resultan familiares: no solo que el único propietario de los derechos sobre El Quijote es Miguel de Cervantes, sino que la obra es fruto de su trabajo. También indica que solo el autor tiene capacidad para ceder esos derechos exclusivos de reproducción y comercialización de su obra a terceros y, lo que es más importante, expresamente advierte sobre una multa cuantiosa para quien imprima o copie la obra sin permiso. Y es que la cuestión de los derechos de los autores no es ni mucho menos nueva. Con cada cambio tecnológico (en 1604 se trataba de la aparición del maravilloso invento de Gutenberg), los derechos de los hombres y mujeres sobre sus creaciones han atravesado una enorme sacudida.


Ya, y supongo que entonces a los herejes se les pasaba por fuego, y a los morosos los mandaban a galeras. ¿Qué pretende la señora ministra con esta introducción? ¿Que sepamos que los derechos de autor tienen más de 400 años? No somos nosotros los que nos tenemos que dar por enterados, sino ellos, los creadores. Un modelo que sirvió a Cervantes, ¿sigue sirviendo en el siglo XXI?
Los ciudadanos del siglo XXI tenemos la percepción no solo de que Internet es nuestro, sino de que nuestras opiniones cuentan más allí que en el espacio físico donde desarrollamos nuestras insatisfechas vidas. [...] Durante el rato que estamos conectados, dejamos de ser meros consumidores para volver a ser, como antaño, productores de algo con lo que identificarnos.


Y ese es el motivo por el que nunca nada de lo que haga esta señora estará en sintonía con el mundo real/virtual. No sólo es una analfabeta tecnológica (no se ofenda, señora ministra, mi madre también lo es. Y mucha gente. Yo mismo no soy un "nativo tecnológico" y tengo 32 años.) sino que además es muy atrevida. Según ella, las personas que usamos internet tenemos dos vidas: la real (la buena, la que vale, la que nos deja insatisfechos, además) y la virtual (donde todo es como queremos y nos sentimos importantes). Un aplauso para la señora ministra, que en un momento nos ha psicoanalizado a todos.

Estimada señora: si sigue pensando en la vida "virtual" y la vida "real" como dos cosas separadas, está usted en las nubes. Mi vida tiene facetas y aspectos que se entrelazan entre sí. Compro entradas de cine por internet para ver mis espectáculos favoritos. Actualizo mi facebook para seguir en contacto con mis amigos y conocidos, con los que el fin de semana quedo para vernos y tomarnos unas copas o ir al cine (sí, yo voy al cine, ¿qué pasa?). Decir que la vida online es "un mundo distinto" es como decir que cuando se habla por teléfono se es una persona distinta. La faceta más importante de Internet es precisamente el ser una herramienta de comunicación.


La revolución social se hará por la Red o no se hará, parecen creer muchos, sobre todo esos jóvenes hastiados de una sociedad en la que no se reconocen y en la que encuentran poco o ningún espacio para la expresión y la participación.


Igual que antes, la ministra piensa en la vida en la Red y la vida en la calle como cosas separadas y opuestas. E igual que antes, se equivoca.

Los derechos de autor son vistos como palos en las ruedas que solo detienen el avance del progreso, el avance hacia ese cambio social democrático e igualitario, hacia esa transmisión del saber y de nuevos valores que tanto necesitamos y que la Red parece propulsar.


No. La abusiva gestión de los derechos de autor es el palo en la rueda. La estancación en un modelo caduco y obsoleto en el que los consumidores tenemos que adquirir el producto como las distribuidoras quieran al precio que decidan. Ése es el palo en la rueda.

Mientras el héroe (los usuarios de la Red, el mítico internauta) pierde tiempo y energía con el que considera su enemigo (la gente de la cultura), el verdadero adversario está en otro lado haciéndose más y más fuerte.


Sí. Eso es cierto. Y el verdadero adversario no es otro que las grandes distribuidoras, que no apuestan por los formatos digitales a precio asequible. Son los autores analfabetos que dicen barbaridades como que la cultura se va a acabar. Son los que no entienden que la sociedad de la información no es el futuro sino el presente.

Esa ley que popularmente se conoce con el apellido de mi abuela no tiene por objeto ni controlar ni detener el progreso en la Red. De la misma manera que el propósito de las leyes de propiedad intelectual no fue nunca enriquecer a los autores, sino velar por las necesidades e intereses de toda la sociedad: proteger las ideas para que crezcan las ideas.


No. La ley no tiene como propósito frenar el progreso de la Red, faltaría más. Pero es, sin embargo, una de sus consecuencias. Es como un efecto dominó. Si ustedes actúan contra las descargas de contenidos, los consumidores no querremos una conexión a internet "de no sé cuántos gigas" (palabras suyas, señora ministra) para leer el correo. El progreso de la Red pasa por la disponibilidad de contenidos de pago inmediatos y de calidad. Y baratos. Si yo quiero ver una película de estreno en mi salón, ¿por qué me cuesta tanto como la butaca de cine? Señores, que estoy en mi casa y no hago gasto. Si la Red dispusiera de contenidos de pago a un precio razonable, yo no descargaría contenidos gratuitos en una calidad discutible.

De los maravedíes al euro han sucedido muchas cosas, sin duda, pero creo que todos coincidiremos en que no fueron Cervantes ni sus colegas autores ni los actores de sus comedias quienes impidieron que llegásemos siglos después a Internet


No, pero gracias al monopolio de la cultura y de la no exitencia de clase media burguesa, España era cuasi analfabeta al comenzar el siglo XX.

Resumiendo. Que el mundo de la cultura (el ministerio, los creadores y los distribuidores) siguen viviendo en ese mundo distinto, en el que los contenidos no sólo son inamovibles, sino que se controla desde su creación hasta su consumo en el más mínimo detalle. Mientras, algún distribuidor espabilado está ofreciendo contenidos en streaming.

Muchos de nosotros, además de descargar de internet muchas cosas, también compramos cultura. Yo, sin ir más lejos, no puedo entrar en la fnac sin la supervisión de un adulto responsable, porque me compro la tienda entera. Muchos de nosotros compartimos los contenidos porque en muchos casos no tenemos la opción de verlos como nosotros queremos.

¿Por qué las cadenas de televisión no emiten series en V.O. con subtítulos un par de semanas más tarde que en EE.UU.? Si unos aficionados son capaces de ponerle subtítulos al último capítulo de "Cómo conocí a vuestra madre" en menos de una semana, cualquiera puede.

¿Por qué los contenidos online de pago son casi igual de caros que los físicos con soporte?

¡Señores! Unos espabilados sinvergüenzas se están lucrando con la difusión de contenidos incontrolados. Me refiero al modelo de negocio de seriesyonkis o de rapidshare y megaupload. Es un modelo que a mí no me gusta y que me parece fraudulento, ya que, desde mi punto de vista, o se comparte libremente o se paga por contenidos a su difusor. No defiendo cómo hacen negocio estas empresas, pero como bien dice un amigo mío, si lo hacen es porque ahí hay negocio. Y para cuando la Warner o cualquier otro distribuidor masivo llegue a darse cuenta, el nicho de negocio estará ocupado y no podrán hacerse un hueco. Aclimatarse... o acli-morirse.