martes, 10 de marzo de 2009

La crueldad de los cuentos populares.

Leo en 20minutos un artículo sobre los cuentos tradicionales. Estos cuentos no eran inicialmente para un público joven, sino para la sociedad culta. Dependiendo del momento, este sector de la sociedad podía ser la nobleza remilgada (Perrault - 1628 a 1703), la emergente burguesía (Hermanos Grimm - 1785 y 1786 a 1829 y 1839) o la incipiente clase media (Hans Christian Andersen - 1805 a 1875).

Al recopilar estos cuentos populares, lamentablemente, se convirtieron en la "versión oficial", mientras que antes de las recopilaciones de estos escritores los cuentos permanecían en la tradición oral con infinitas variaciones. Sin embargo, el trabajo de estos recopiladores y fabulistas (en especial de los Hermanos Grimm) permitió que determinados fragmentos del folklore alemán traspasaran las fronteras de la entonces Conferederación del Rhin.

En estos cuentos populares era muy común que los padres abandonaran a sus hijos (Pulgarcito, Hansel y Gretel...) o que hubiera ogros que se comían a alguien. Es más, en "El gato con botas" el hijo del molinero se hace con riquezas, título y esposa engañando a todo el mundo, inluyendo a un ogro al que el gato reta a convertirse en ratón. Moraleja: engaña y estafa que tendrás el futuro asegurado.

Hans Christian Andersen, sin embargo, cultivó el género añadiéndole historias de su propia cosecha. Y pese a la imagen de cuentacuentos perriflauta que alguna producción para televisión ha querido darnos, en realidad Andersen era un mojigato religioso más cercano a un pastor luterano que a un afable abuelete cuentacuentos.

Quizás recordéis aquellos cuentos de vuestra infancia. Si os hablo de "El patito feo", "Las zapatillas rojas", "El soldadito de plomo" y, como no, "La sirenita" seguro que os sonreís por dentro recordando la versión edulcorada de estos cuentos en algún libro que tuvisteis de pequeños. E igual recordáis el gracioso acento cubano del cangrejo Sebastián en la versión de Disney de "La sirenita".

Pues bien, nada de eso. Los cuentos de Andersen, influído terriblemente por un complejo religioso de lo más chungo, son crueles a más no poder. Empezamos:

El patito feo
En este cuento los hermanos y vecios del patito feo se ríen de él y se siente desgraciado. Eso sí, cuando crece y se hace cisne es él el que se ríe de ellos. Este cuento, cuya versión dulcificada intenta enseñar tolerancia, realmente ilustra el concepto de "cada oveja con su pareja" y que cisnes y patos no pueden mezclarse. Cito: "¡Qué importa haber nacido en un corral de patos, cuando se ha salido de un huevo de cisne!" Si esto no es filosofía de clases que venga Marx y lo vea.






La reina de las nieves
Cuando he comentado este cuento con algún amigo me ha confesado que o bien no lo conoce, o bien lo confunde. En él, una niña desesperada va detrás de su amigo de la infancia cuando éste cae preso bajo el influjo de la Reina de la Nieves. La Reina le clava una esquirla de hielo en el corazón y otra en los ojos para que el niño sólo entienda la fría lógica, los puzles y en resumen, la ciencia. La niña para un montón de desgracias hasta llegar finalmente al Polo Norte donde vive la Reina. Allí derrite el hielo que nubla la vista del niño y juntos reemprenden del camino de vuelta. Moraleja: No eduques a tus hijos pues abandonarán el campo (que es el lugar que Dios te tiene reservado a ti y a tu clase).

Las zapatillas rojas
Una niña prefiere, atención, quedarse bailando en casa y no ir a misa el domingo. Por su vanidad, es castigada ya que sus nuevas zapatillas de baile toman vida propia y la obligan a bailar día y noche sin descanso. ¿Cómo arreglamos esto? Muy fácil: llamamos al leñador y que le corte las piernas. Tal cual. Así, la muchacha pudo ir a misa el resto de domingos. Muerto el perro, se acabó la rabia.



El soldadito de plomo
Veamos, porque trae miga. El soldadito de plomo es un pobre tullido ya que fue hecho con la cucharilla de postre de un juego de cubertería de plomo. Como había poca sustancia, le falta una pierna. El soldadito de plomo se enamora de la bailarina de papel. ¡Pobre infeliz! Pensó que como la bailarina tenía la pierna en alto y no la veía, era coja como él. Tras un periplo con un barco de papel, al soldadito se lo traga un pez que, casualidades de los cuentos, es el que compran para cenar en la misma casa de la que salió. Pero claro, siendo de Andersen este cuento no podía acabar bien: el niño ve que el soldadito además de estar cojo está deslucido por el viaje y lo tira a la chimenea. Una ráfaga de viento arranca a la bailarina de papel de su sitio y la arrastra hasta la chimenea, donde arde junto al soldadito. Qué buen rollito, ¿eh?





La sirenita
De este ya hablé en su momento cuando fui a Copenhague. No hay cangrejos que cantan cumbias. No hay final feliz. En este cuento, el príncipe se casa con otra chica (ya que piensa que es ella la que le ha salvado y la novia, muy cuca, se hace la sueca... o la danesa en este caso). Las hermanas de la sirenita incluso llegan a un trato con la bruja para poder ir a visitar a su hermana con piernas y le ofrecen un puñal para que mate al príncipe y así recuperar su vida de sirena. Ella descarta esa idea y decide morir al amanecer, porque ese era el trato con la bruja. Al amanecer, la sirenita desparece y se convierte en espuma de mar. Por su buena acción, no obstante, se convierte en espíritu del aire y así aspirar a tener en un futuro un alma. Porque ese era el problema inicial: las sirenas no tienen alma. Manda cojones...

La cerillera
Andersen escribió este cuento no sé si por sádico o como "cuento-denuncia". La cerillera es muy pobre y sólo puede sobrevivir en la calle vendiendo fósforos. En una carrera para que no le atropelle un coche incluso pierde los zapatos, con lo que los pies se le quedan amoratados del frío que hace en nochebuena. La cerillera enciende una cerilla para calentarse en un callejón y ve pasar un banquete delante de ella. Va encendiendo cerillas y con cada una de ellas ve un lujo: comida, bebida, chimenea caliente... y hasta a su abuela, que le dice que vaya con ella. Por la mañana encuentran a la cerillera muerta por el frío en la calle. "Intentó calentarse con las cerillas", dice uno. Aun así, Andersen dice que "nadie sabría jamás la dicha de la niña y las cosas maravillosas que vio". O sea, que morir por hipotermia es una gozada.

Señor Andersen, disculpe, pero creo que la cara de la cerillera no era de felicidad, sino el rictus de la muerte por congelación. Siendo danés, es raro que no conozca la diferencia...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Los Cuentos de Andersen son una pasada!!!! me imagino a Andersen pensando las formas mas crueles de matar a sus pequeñas protagonistas y retorciendose de la risa; las ideas que le habran quedado en el tintero jajajun saludo.